El mercancías diésel
EL FILIGRANAS
23 de marzo de 2007
PRIMER CAPÍTULO
Don Ciccio... este insigne
siciliano se compró hace año y pico un tren
de gasolina para competir con el antiguo
MERCANCÍAS DIÉSEL del vecino.
Era algo
nuevo en la ciudad.
Mucha gente se subió en él para probarlo: "¡acelera piu di ninguno, ma vente a probare!"
pregonaba
Don Ciccio, mientras empezaba a salir de la estación despacio. De
manera que cogió unos metros de ventaja: tan nuevo y reluciente, tan veloz...
El
diésel, sin embargo, siguió su camino con su enorme motor de 20 cilindros y
sus viajeros de siempre.
Por vías paralelas, ambos trenes rodaron dejando pasar los kilómetros.
El tren de
Don Ciccio gastaba como su puta madre y comenzó a pestañear en rojo el
indicativo de combustible. Su velocidad empezó a bajar y algunos avispados decidieron
apearse en marcha. El maquinista, no obstante, lo aceleraba cuesta abajo para
seguir
impresionando a las
autoridades que iban montadas en él
(alcaldes, concejales, algunos periodistas, etc.); pero no hubo más remedio que ir
quitando cada vez más velocidad. Las autoridades pidieron bajar un momento al campo con la
excusa de mear y no volvieron (los políticos, ya se sabe...)
El
ANTIGUO MERCANCÍAS DIÉSEL llegó a su altura al poco rato.
De hecho, los viajeros de
Don Ciccio comprobaron que ya no parecía tan antiguo.
Sus
PROPIOS PASAJEROS se habían entretenido en pintarlo reluciente y a su
locomotora le habían cambiado el aceite del motor:
¡DABA GLORIA VERLO! Lo
conducía un
MAQUINISTA JÓVEN de Madrid.
Hubo una desbandada en el tren de
gasolina, en el que sólo quedaron los
familiares de los
maquinistas y de
Don Ciccio. El resto se bajó
o saltó hacia el
diésel, llegando algunos a montarse en sus vagones y otros...
simplemente se pegaron su buen hostión y rodaron por el campo.
Lo más triste, cuando
EL RELUCIENTE MERCANCÍAS DIÉSEL iba ya a sobrepasar al
gasolina para siempre jamás, fue ver como
Don Ciccio y sus maquinistas
intentaron
ASALTAR a la locomotora del
DIÉSEL: "dejadnos da entrare,
sappiamo per condurli questa macchina ed tenemos molto euri per pintare otra vez,
capicce?". "Nosotros también tenemos dinero y ya está pintado" contestó el
MAQUINISTA,
CERRÁNDOLE la puerta. "¿Ma per quéééé...? gesticuló iracundo
Don Ciccio haciendo equilibrios para no caerse". "En los vagones no tendremos
problema, viaja gente del pueblo" le consolaron los oficiales del
gasolina con
el retintín que da el creerse superior por el dinero.
¡Oh!, sorpresa... Los de los vagones no tenían tantos euros como este siciliano... pero sí
TENÍAN MEMORIA.
Estaba el frutero, al que
Don Ciccio había cerrado el local para abrir otro al
lado; estaba el panadero, a quien este siciliano había echado del trabajo a su hijo para
meter a su sobrino; también el mecánico, al que
Don Ciccio había llegado a
amenazar con quemar su negocio si no arreglaba su coche gratis...
No pudo entrar en ningún vagón... mientras su
flamante tren de gasolina se paraba
definitivamente en la vía, sin viajeros.
Don Ciccio puso
pie a tierra, desolado, mientras veía alejarse con paso
firme al
MAJESTUOSO MERCANCÍAS DIÉSEL. Se consolaba pensando que algún día
también se le acabaría el gasoil y gesticuló vengativo indicándoselo a los que se
despedían de él por las ventanillas... pero fue cuando oyó a un pasajero del último vagón
que le gritaba en la distancia:
"¡GILIPOLLAS, 20 de los 50 vagones que tenemos son de
COMBUSTIBLE!"
SEGUNDO CAPÍTULO
- "¡Todos los industriales del pueblo y los políticos que ya saben al treeeeen!" –gritaba
Panucci, el jefe de estación de aquel pueblo siciliano; el mismo que ya no
anunciaba los horarios de salida del diésel de toda la vida, desde que Don
Ciccio se comprara su flamante tren de gasolina. Era algo que
sorprendió en su momento a los pasajeros de toda la vida del diésel,
pero que habían asumido ya y suponían el porqué.
El tren de
Don Ciccio esperaba humeante a reemprender la marcha. Había decidido
alcanzar como fuese al
Gran Mercancías Diésel y le había instalado un motor tres
veces más grande con turbo, junto a unos enormes vagones de gasolina. Se había buscado
para ello un socio:
Don Salvatore, un prestigioso y ambicioso abogado del pueblo
que había tenido una locomotora de vapor, poseía varias gasolineras y quería conducir un
tren de mercancías.
Panucci apuraba sus arengas a los que quería convencer para subir al tren de
Don Ciccio:
- "Subid, subid: el viejo tren va a unirse a Don Ciccio. Ya
sabéis que no caben dos trenes en el mismo pueblo".
- "¿Pero cómo que va a unirse?" -contestaba desconfiada la gente-.
- "Ellos nos lo han pedido, están deseándolo, telegrafiaron hace poco diciendo que
querían más velocidad y todos sabemos cómo se desvive por ayudar a su pueblo Don
Ciccio. Subid, subid: va a hacerles el favor de buscar la unión en un solo tren"
–contestaba muy ufano Panucci-.
Sólo unos
pocos viajeros subieron... y hubo que pagarles. Con ellos, varios
empresarios y algún político.
Sonó el silbato de partida.
El potente tren de
gasolina salió de la estación y alcanzó tal
velocidad
en pocos metros que daba miedo verle. Tan veloz iba en su alocada carrera hasta alcanzar
al
diésel, que
atropelló a varias vacas, perros y ovejas que comían la
hierba de la vía. Algo que nunca había hecho el
diésel, puesto que su
justa
velocidad y su pitido de aviso habían sido históricamente suficientes para no
provocar desgracias en sus viajes.
- "E cosa di neccesario" –decía Don Ciccio a sus pocos viajeros, asustados por
los atropellos– "Per ottenere un obiettivo... ¡a volte che é necessario da olvidare di los
medios!, je, je".
Pasaron los días y los días.
Hasta que una mañana, se divisó un enorme tren que subía despacio una colina en la
distancia:
ERA EL MAJESTUOSO MERCANCIAS DIÉSEL.
Don Ciccio llegó hasta él y empezó a gritar que sólo quería hablar, que le
dejaran pasar un momento. Inmediatamente le reconocieron los pasajeros del
diésel
y avisaron a su maquinista enfadados, pero éste accedió a dejarle entrar a él y a
Don
Salvatore para ver qué querían.
Al llegar a la locomotora, y tras recibir varios insultos de los viajeros al pasar por los
vagones,
Don Ciccio quiso sentarse en el puesto de mando; pero el joven
maquinista madrileño del
diésel se lo impidió con firmeza:
- "Esa silla es muy cara y hecha a mi medida, me la han facilitado mis viajeros: Vd.
pesa el triple que yo y no querrá romperla ni pagarla después, ¿verdad?"
- "Va bene..." –respondió sonriente Don Ciccio dándole unas palmaditas en la
espalda, como a un nieto-.
Buscó otra silla... pero sólo estaba la del maquinista en toda la locomotora.
Tomó la palabra
Don Salvatore, que sabía español:
- "No caben dos trenes en el pueblo y tú deberías saberlo aunque no seas de aquí. El
nuestro corre más y el tuyo gasta menos y tiene más viajeros, debemos unirlos en uno
solo".
- "In piu" –apostilló Don Ciccio poniendo cara de santo– "¡tutto é dal bene dil
pueblo!".
El maquinista del
diésel pareció reflexionar un instante.
- "Y según Vds., ¿qué locomotora llevaría el tren definitivo y quién la conduciría?"
–preguntó-.
Don Salvatore intervino:
- "La nuestra. Es más moderna. Debemos conducirla nosotros porque la conocemos
mejor".
- "Ya..." –respondió pensativo el maquinista– "...pero gasta mucho más, se avería y aquí
la gente quiere llegar lejos".
- "¡¡Ma tenemo molto euri!! Possiamo usarli per favore di este tren... ¡¡o in contro!!
¿Capicce...?" –espetó empezando a enfurecerse Don Ciccio.
- "Abriríamos nuevas rutas..." –suavizó Don Salvatore–. Compartiríamos la misma
vía y ahorraríamos costos...
- "Dejen de gastar su dinero en un tren de gasolina entonces" –interrumpió el joven
maquinista con gran tranquilidad, sentado en su silla de mando–. Un tren ha de
ser diésel para que llegue siempre, tener un gran motor que nunca falle y muchos viajeros
que paguen su billete. Sólo así se abrirían rutas más lejanas y habría cada vez más
viajeros. Lo lógico es que Vds. tiren su tren y se suban a éste, si quieren, o
que sigamos como estamos. Eso sí, pagando su billete como todos. Aunque también les
permitiría que ayudasen a su mantenimiento, ya que tanto les preocupa. Vds.
serían nombrados fogoneros, guardagujas..."
- "¡¡¡ Maldiccione !!! ¡¡¡ Da mille diabolo !!! ¡Mi tren non lo perdo, é stato a me
costoso! ¡¡¡ Ma questa persona loca !!! –vociferó Don Ciccio como implorando
justicia divina-, ya perdidos definitivamente los nervios.
- "Estás rechazando la ayuda de gente muy influyente. Eso puede ser poco conveniente
para el futuro de tu tren..." –musitó con tono amenazador y media sonrisa de pistolero
Don Salvatore-.
Hubo un silencio y miradas de hierro.
- "Tengo una idea" –propuso por fin el joven maquinista madrileño–. "Puesto que el tren
lo conduzco yo, pero no es mío, díganselo a mis pasajeros y que voten.
Si dicen que sí, trato hecho".
Don Ciccio no supo qué responder, le daba miedo la propuesta, pero su socio
Don Salvatore aceptó por los dos y se lo llevó del brazo.
- "Pan comido" –le susurró al oído– "déjame hablar a mí, ya sabes..."
Una vez reunidos los pasajeros en un vagón, y utilizando los altavoces para que todo el
mundo les oyera,
Don Salvatore empezó su arenga:
- "Queridos viajeros. Es un honor para mí y para el benefactor de vuestro pueblo,
Don Ciccio, pediros vuestro voto para que sólo haya un tren en el pueblo.
Ganaríamos velocidad, llegaríamos más lejos, pondríamos cine en los vagones..."
- "Un telegrama para Don Ciccio" –interrumpió el telegrafista–. "¿Ma che telegramma di
merda ora...?" –respondió perplejo éste-.
Viendo su sorpresa e intrigados por el telegrama, los viajeros cogieron el papel y lo
leyeron.
Decía:
"Deseando haya ya
engañado a esos inocentes borreguitos para poder quedarse con
su apestoso tren de gasoil, stop, espero ansioso su regreso para poder ver cómo cumple su
promesa de
tirarlo al río haciendo una fiesta, stop, y quedarse Vd. con el único
tren de la ciudad para subir el precio del billete al doble, stop. Por otra parte, me
haría falta me
pagara lo prometido por pregonar las bondades de la unión de trenes por todo el pueblo,
stop.
Firmado: su fiel servidor, jefe de estación
Panucci".
La
paliza que recibieron
Don Ciccio y
Don Salvatore fue de las
que no se olvidan jamás. Dantesca, un linchamiento jamás visto. Incluso algunas señoras
mayores campesinas, a falta de más
"armas", llegaron a darles latigazos con
ristras de ajos.
Después, fueron devueltos a patadas a la locomotora del tren de
gasolina que
marchaba detrás pegada, con tan mala fortuna que el puro de
Don Ciccio provocó la
explosión del principal depósito de gasolina.
Todo voló por los aires...
¡Puuuuuuuum...!
Pasados unos días,
Don Ciccio y
Don Salvatore llegaron arrastrándose a
la estación de este pueblo siciliano de donde salieron. Llenos de moratones, con la ropa
destrozada, el pelo alborotado, sucios como mendigos... Alguien les reconoció y les
preguntó qué tal había ido la negociación con el
mercancías diésel.
Quitándose la venda de sus labios partidos y sacudiéndose el polvo,
Don Ciccio
contestó:
- "MA NON CI VEDI, SEI CIECO? È STATA UNA GRAN VITTORIA, BELLISSIMA!!!"
[ Traducción: "¿es que no lo ves, estás ciego? ¡Ha sido una gran victoria, la más
bella!" ]
TERCER CAPÍTULO
El mercancías
diésel seguía su camino por la vía
"seccondabe", adaptada
a su anchura y peso. Llevaba unos kilómetros por la parte más dura de su ruta, con
constantes subidas de lomas y colinas que ralentizaban su marcha. El maquinista, tras
consultar su hoja de ruta, decidió empezar a hacer
paradas por diversas
estaciones para descansar al pasaje, consultar notificaciones, revisar la locomotora,
acoger nuevos viajeros, etc.
La primera estación,
"VIA CCERO", le recibió con pancartas de apoyo a la unión de
trenes de su pueblo y con su correspondiente jefe de estación,
Pietro, megáfono
en ristre gritando que era
necesario el dinero del tren de
gasolina de
Don Ciccio para que el
diésel tuviera
futuro. Además, acusaba
al maquinista de no ser italiano, haber hecho viajes de placer en el pasado, no informar a
sus oficiales de sus reuniones con otros maquinistas, etc.
La
sorpresa fue mayúscula.
Muchos pasajeros decidieron
no bajar a descansar, sorprendidos del extraño
"recibimiento". El maquinista no salía de su asombro y decidió
no prolongar la
parada, a pesar de que se estaba dando cuenta que su tren iba a necesitar en breve
baterías nuevas. Habían sido compradas recientemente, pero por alguna extraña
razón se habían descargado demasiado rápido...
En la segunda,
"VIA NONI", todo el andén lo encontró repleto de
periódicos abiertos por la misma página y octavillas tiradas. Curiosos, algunos
pasajeros comprobaron que se podían leer artículos que
defendían encarnizadamente
a
Don Ciccio como el mayor benefactor de su pueblo y con un tren mucho más
moderno que el gran mercancías
diésel. Incluso,
atacaba en cierta manera
a sus
pasajeros por no viajar en el tren de
gasolina, dando la espalda
al progreso tecnológico de la comarca e ironizando sobre su
fidelidad a un tren
con
75 años.
Aturdido, nuestro maquinista
madrileño quiso tomarse algo en la coqueta cafetería
de la estación, llamada
"CAJACAFE"... pero se le contestó absurdamente que "no
quedaba", mientras comprobaba como sí se lo servían a otras personas.
Enfadado, ordenó la marcha de nuevo.
Subiendo empinadas colinas y con los víveres escasos, se decidió la tercera parada, esta
vez en la estación
"VIA GIRONNI". Ya antes de llegar a la misma, altavoces
repartidos por todos los postes de señalización
arengaban a todo el que los
escuchase
contra el maquinista del
diésel y a favor de
Don
Ciccio una vez más, llegando incluso a asegurar que el siciliano tenía ya unos
terrenos comprados para construir la estación de tren más moderna y flamante que se
pudiera imaginar. Dichos altavoces se multiplicaron al parar en la estación,
ensordeciéndolo todo, exhalando
improperios hacia unos supuestos planes del
maquinista del
diésel de perseguir otros negocios en el pueblo distintos a los
ferroviarios. No obstante, el madrileño y su primer oficial,
Fabrizio, decidieron
entrar en los talleres de la estación a preguntar por unas
baterías nuevas de
locomotora, ya que parecía que las actuales no aguantarían muchos más arranques.
- "Por orden de Don Salvatore, no podemos vender nada de maquinaria" –le
contestó un muchacho-.
- "Pero ¿cómo? ¿¡Qué tiene que ver Don Salvatore!? –exclamó enfadado el
maquinista madrileño–. Voy a pagártelas, mi tren las necesita y llevo muchos
pasajeros"...
- "Lo siento, señor" –contestó–. Don Salvatore compró ésta estación y nos ha
prohibido venderle nada".
No sirvieron tampoco las
protestas de los viajeros en la cantina: no pudieron
comprar bebida ni comida. Se les decía que había
órdenes expresas en contrario y
que desobedecerlas podría ocasionarles a ellos el despido.
Tuvieron que reemprender la marcha de vacío, aunque ya esta vez costó muchísimo que
arrancara el motor debido a la poca electricidad que le quedaba a las baterías.
- No podremos volver a parar –comentaba preocupado en la sala de mando de su
locomotora el maquinista, dirigiéndose a Fabrizio–. Y nos esperan las peores
colinas que subir.
- Tranquilo. Estamos a punto de llegar a una gran zona de control llamada
SECCONDA VOLTA, donde desembocan todas las vías. Después, todo será cuesta abajo
o en llano –contestó éste–. Los alternadores del motor podrán cargar al máximo
las baterías y habremos solucionado el problema del arranque. Además, entraremos
en otra región donde no llegan esos mafiosos y no habrá inconveniente en comprar
víveres o lo que haga falta.
El tren de
mercancías, pues, continuó atravesando laderas, colinas y prolongadas
subidas durante unas cuantas horas más, con las baterías
gastadas y repleto de
viajeros sedientos y hambrientos. Hasta que, a lo lejos, se vislumbró un gran nudo de vías
que se entrecruzaban entre ellas junto a una caseta de estación en mitad de un bonito
pueblo: era la zona de control de trenes
SECCONDA VOLTA.
Nuestro tren
llegó hasta allí y fue instado a detener motores por un
guardagujas.
- ¡No podemos parar, vamos sin batería para el arranque! –protestó el maquinista-.
- Es imprescindible, señor. Tenemos que verificar sus documentos, el pasaje y dejar que
circule otro tren que viene en camino. Luego le ayudaremos a arrancar.
El mercancías
diésel se detuvo y paró motores.
Acto seguido, el guardagujas, en lugar de hacer lo prometido, echó
a correr y se
escondió en las casas cercanas de una forma sospechosa... Al momento sonó un agudo
silbato: otro tren apareció a corta velocidad entonces, viniendo por la vía
"tercerola" de ancho corto y se paró justo en la confluencia de direcciones de
todos los andenes.
Era el tren de
gasolina de
Don Ciccio, sorprendentemente
reparado otra vez y con el siciliano a la cabeza de la locomotora,
saludando brazo en alto.
- "Sono venuto ai salvaros, ¡io sempre penso per la gente della mia citta!" –gritó
jovial mientras bajaba de su tren, contemplando a los viajeros asomados por las
ventanillas del diésel-. Éstos le insultaron sin miramientos, pero no
pareció importarle mucho a Don Ciccio.
- "Bah, che lástima mirare al vostro anticcuo trene arrestato e senza battería...
-siguió éste, complacido, bajando de su tren–. "Il decidle al vostro macchinista
que il mío e ancora nuovo. ¡Lo vedete la brillante! ¡¡Uniamo trene!!"
- "Te avisé que aceptaras la unión –murmuró Don Salvatore, que venía
andando desde la caseta del guardagujas, mirando al maquinista del diésel con su
flamante traje a rayas rojas y verdes y su sonrisa de cocodrilo–. No contabas con
que tu tren se quedara sin baterías, ¿eh?"
- "Mis pasajeros os contestaron muy claro la última vez –replicó el madrileño- ¿Y cómo
es que sabéis que mi tren tiene las baterías descargadas...?"
- "¡Trene feo e lento!" –interrumpió Don Ciccio riéndose-. "¡Non buscare
giustificazioni! Tutto il estan in accordo con me, radio, stazioni, periodico... Io sere
buono con voi e li ayudare. ¡Uniamo trene ancora!"
La gente de los alrededores empezó a salir de sus casas,
curiosos. Se situaron
alrededor de los dos trenes, poco a poco, escuchando y viendo todo lo que sucedía, hasta
formar una
muchedumbre de miles de personas que
observaban en
silencio.
- "No tienes elección" –sonrió de nuevo Don Salvatore-. "Tu tren no va a
arrancar y tu gente necesita llegar a su destino. Por esta vez les cobraremos una entrada
simbólica..."
Don Ciccio se sentía cada vez más
victorioso y quiso
apuntillar.
- "¡E il momento! Stiamo metera la mia locomotiva al vostro trene e anticcua va fora.
¡¡E il mio macchinista conducce molto bene!!"
- "Te he traído unos contratos para que los firmes y no estorbes más
al progreso de nuestro pueblo confundiendo a la gente con que tú tienes más historia y
llegas más lejos" –masculló orgulloso Don Salvatore, extendiendo una carpeta
hacia el joven maquinista del diésel–. "Toma una pluma y firma, venga.
Ya te daremos algo bajo cuerda..."
Los pasajeros
clavaron su mirada en el madrileño, nerviosos y expectantes sobre
su decisión. Fueron unos largos segundos de tensa espera.
- "¡Lo que vais a ver es otra cosa!" –gritó el susodicho maquinista tirando la
carpeta de Don Salvatore al suelo, bajando de su locomotora y pidiendo a sus
pasajeros que hicieran lo mismo–. "¡Venid conmigo, venid todos!"
Todos los viajeros hicieron caso a su maquinista y
bajaron del tren. Hombres,
mujeres, niños, viejos... Fueron invitados a
repartirse por todo el perímetro del
mercancías, vagón a vagón.
- "¡¡¡ Empujad con todas vuestras fuerzas !!!" –ordenó el madrileño-.
- "¡Mamma mía! –se desternillaba Don Ciccio-. "¡¡¡ Per Il Commendattore !!!
¡¡¡ Che stupido, ma non e possible !!!"
Haciendo caso omiso a las
burlas de
Don Ciccio, todos agarraron
salientes o topes de vagón y
empujaron apoyándose en las traviesas de la vía con
todas sus fuerzas.
- "¡¡¡ Io non credo !!! ¡¡¡ Molto imbéccile !!!" –morían de la risa Don
Salvatore y Don Ciccio-.
Efectivamente, el
gigantesco mercancías
diésel no se movía ni un
milímetro a pesar de los titánicos
esfuerzos de sus viajeros: era inútil,
imposible desplazar cincuenta vagones y su locomotora con el sólo esfuerzo de unos
pasajeros...
Cuando más
agotados y más
sudorosos estaban, casi a punto de cejar en su
empeño, sucedió una escena curiosa.
Un muchacho de los que miraban se acercó y,
conmovido del esfuerzo y la fe de
aquellas personas, decidió
empujar también.
Y luego se
unieron otros dos.
Después se
animaron cinco más.
Y cien más.
Y quinientos.
¡Y MILES!
¡
TODA LA MUCHEDUMBRE QUE LOS MIRABA HABIA DECIDIDO
AYUDARLES! ¡TODO EL
PUEBLO ESTABA
CON ELLOS!
Don Ciccio cortó sus carcajadas en seco. Echó a
correr hacia ellos,
bastón en ristre.
- "¿¿¡¡Che cosa fare, insensato!!??" –gritó alarmado- "¡Quiet! ¡¡¡Pace di
dejadles!!!"
Pero no puedo evitar que el gran mercancías
diésel se viese
envuelto,
cual hormiguero humano, en
miles de personas que
tiraban de él hacia
delante con todas sus fuerzas.
Eran
tantos y empujaban con tanta
fe... que las ruedas del
MAJESTUOSO MERCANCIAS DIÉSEL comenzaron milagrosamente a chirriar.
Al principio muy despacio... pero luego, muy poco a poco con
más velocidad, y
más, y más y cada vez más, hasta casi alcanzar el paso de una persona. El maquinista
madrileño montó de un salto en la locomotora... y una enorme columna de humo negro brotó
de la chimenea del mercancías:
¡HABÍA ARRANCADO OTRA VEZ!
- "¡Pasajeros al tren!" -gritó contento a su gente en el exterior-.
- "¡Nos vamos: tenemos un largo camino que recorrer!" –añadió Fabrizio
eufórico, agitando una bandera roja y blanca que había encontrado.
- "¡¡¡Maldizione!!! ¡¡¡Me cago in la latte!!! ¡¡¡Una grande merda!!!" –se desesperó
Don Ciccio tirando su sombrero al suelo y pisándolo con furia-.
Los
miles de nuevos amigos que habían ayudado al mercancías
diésel
(algunos dicen que más de
8.000) saludaron con una
sonrisa y una
gran pañolada la marcha del gran mercancías. Sabedores de la
escasez de
víveres del tren al habérselo contado sus propios pasajeros mientras empujaban, les
arrojaron cientos de bolsas con
comida y botellas de
vino del lugar por
las ventanillas. Quesos, salchichones, pan... todo volaba hacia el tren.
- "¡¡¡Ritorno al nostro trene della benzina!!!" –le chilló Don Ciccio a Don
Salvatore, iracundo-. "¡¡¡Seguiamo a che tengan difficolta otra ve!!!"
- "¿Qué tren...?" –le preguntó el último viajero que subía al diésel por las
escalerillas antes de desaparecer en su interior, con una extraña mueca de
satisfacción-.
Don Ciccio no entendió la pregunta... hasta que giró la cabeza... y pudo
contemplar
horrorizado cómo su hermoso tren de
gasolina se empezaba a
desplazar marcha atrás sin gobierno, vacío en su interior, en dirección a una vía
muerta.
Alguien debía haberle quitado el
freno y le había alterado la vía en la
que estaba, en el cambio de agujas, por una
sin servicio... aquella que se
adentraba en un profundo
pantano.
Don Ciccio y
Don Salvatore
corrieron hacia él
desesperados; pero ya era tarde.
Cuentan los de aquel pueblo que se formó tal
oleaje, que parecía que había
llegado el mar a ésta comarca de interior. Se
inundaron los campos cercanos hasta
un kilómetro a la redonda y se encontró el bote de
Valentino, el barquero, subido
en el techo del establo del
alcalde...
Mientras, el
MAJESTUOSO MERCANCÍAS DIÉSEL se alejaba con
aplomo en la
distancia hacia orografías
más favorables, cargando bien sus baterías por las
abundantes pendientes a favor que ahora ya sí le salían al paso.
"Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia"